Cruce de los Andes

5 mil hombres, 9300 mulas y 1600 caballos: cómo planeó San Martín el increíble cruce de los Andes

La vanguardia de las tropas partieron de El Plumerillo, en Mendoza, el 17 de enero de 1817. Su genio político y militar le permitió llevar adelante la proeza de trasladar a su ejército con todos sus pertrechos, artillería y caballos a través de la cordillera más alta de América. Los detalles de una operación que aun se estudia en las academias militares

Te voy a contar una historia de valentía, astucia y sacrificio que se te grabará en el alma como una cicatriz de honor. Estamos en 1817, y el General José de San Martín, con la mirada puesta en el horizonte, prepara una jugada maestra que cambiará el curso de la historia de América del Sur.

El 17 de enero de 1817, un día que se grabó en los corazones de los libertadores como el comienzo de la leyenda, San Martín le escribe a su amigo Tomás Guido con una mezcla de esperanza y determinación: «El 17 empieza la salida de la vanguardia: las medidas están tomadas para ocultar al enemigo el punto de ataque. Si se consigue y nos dejan poner pie en llano, la cosa está asegurada. En fin, haremos cuanto se pueda para salir bien, pues si no todo se lo lleva el diablo». Un plan audaz, casi suicida, envuelto en el manto de la noche para sorprender al enemigo.

El Plan Continental

España, con su monarca Fernando VII, quería devolver a sus colonias al puño del absolutismo. Pero San Martín, después de batallar en el Alto Perú y de ver cómo cada victoria era efímera, comprendió que el corazón del imperio estaba en Lima. Así, en su mente brillante, se forjó un plan maquiavélico: una campaña que abarcaría Argentina, Chile y Perú. La idea era cruzar la cordillera de los Andes, liberar Chile, y desde allí, con un ataque anfibio, asestar el golpe final en Lima. Junto a Bernardo O’Higgins y contando con la esperanza de la ayuda de Simón Bolívar, San Martín soñaba con una América del Sur libre.

La Antesala del Cruce de los Andes

«Lo que no me deja dormir es, no la oposición que puedan hacerme los enemigos, sino el atravesar estos inmensos montes», le confesaba a Guido en otra carta. La cordillera era su Everest, su desafío más grande. Pero Mendoza, con sus viñedos y su organización, se convertiría en el bastión desde donde San Martín tejería su red de revolución. La ciudad se transformó, cada calle se convirtió en un taller de guerra, cada casa, un depósito de esperanza.

Con la Declaración de la Independencia en 1816 empujando desde atrás, San Martín, ahora Comandante en Jefe del Ejército de los Andes, reunió a un ejército variopinto pero unido por la sed de libertad. Desde gauchos hasta esclavos liberados, todos aprendieron el arte de la guerra en Plumerillo, convirtiéndose en soldados de la libertad.

El Sacrificio de un Pueblo

Mendoza no solo ofreció su suelo para el entrenamiento; su gente se vació por la causa. Los ricos y los pobres, todos contribuyeron. Se recolectó dinero, se donaron tierras, se cosieron uniformes, y hasta los niños y ancianos ayudaron en tareas de apoyo. El ejército no solo se armó con lo que el gobierno central podía dar, sino con el corazón generoso de su pueblo, que dio hasta lo que no tenía.

Y así, con cada paso hacia la cordillera, cada sacrificio, cada astilla de madera tallada en un fusil, cada gota de sudor y cada oración, se forjó el camino hacia la libertad. El 17 de enero de 1817 no fue solo una fecha en el calendario; fue el inicio de una epopeya, de un cruce que no solo atravesaría montañas, sino que cambiaría el destino de un continente.